jueves, 25 de agosto de 2011

Una tarde de otoño (Cap 23)

 "Casi veinte días estuvo Mech en la húmeda estancia de la sinagoga, hasta la noche que todos los cabos fueron atados y a hombros de Vinicius y sus hombres, abordó el pulido maderamen de la goleta “Spiekeroog”, orgullo de la flota mercantil holandesa, bajo el gobierno de un pelirrojo sin edad definible llamado Capitán Berg,quien la había convertido en una rutilante máquina de hacer dinero gracias a las eternas tensiones bélicas entre Francia, España e Inglaterra. Meses antes, una tarde gris y ventosa de otoño, en plena labor de preparación de zarpar, fue interceptado en una calle de Ámsterdam por un desconocido personaje que desprendía riqueza, poder y elegancia en una misma figura, se dirigió a su persona en correcto holandés pero arrastrando un evidente acento alemán. El viejo lobo de mar afinó la vista y el oído porque el desconocido se dirigía a él dando a entender que sabía muchas cosas secretas de su vida. Berg conocía el valor de saber escuchar y su interlocutor no tardó en ir al grano. _”Parte usted mañana para América del sur, Capitán Berg, y su destino final es Paramaribo, si no me equivoco”_ El capitán evaluó rápidamente al desconocido, medía uno noventa, complexión fuerte pero no atlética, piernas largas y mentón pronunciado, nariz aguileña. A la velocidad de un rayo preparó un plan de ataque y defensa ante aquella presencia que parecía saber demasiado sobre él, pero optó por dejarle continuar y confirmó con un escueto _”Si”_la fecha de partida hacia ultra mar. Continuaron andando en silencio mientras no muy lejos, un carruaje les seguía despacio bajo las riendas obedientes de un lacayo sobre negro corcel. _”Necesito que esté dispuesto a realizar un encargo comercial para mí, señor Berg”_ El capitán se detuvo _”¿En Ámsterdam o en América?”_ “En ambos sitios”_ Berg puso en marcha la máquina mental de hacer dinero _”No es barato, señor…¿Cómo dijo llamarse?” _”No lo he dicho, pero puede llamarme Kraus”_ “¿Kraus?”_ “Correcto, y el precio a pagar por su esfuerzo, no significa problema alguno”_ “Si, Kraus, o como quiera que se llame… mire usted, este tipo de cosas nunca las converso en la calle, imagino que sabe que la Compañía naviera es quien se encarga de todo tipo de gestiones, sobre todo aquellas que me conciernen. ¡Y me pone de muy mal humor que petimetres como usted vengan con su aire de gran señor a intentar que transporte una carga ilegal! ¿Acaso tengo cara de traficar con negros?”_ Berg sacó una daga de acero de Toledo y la acercó al cuello de Kraus que le siguió observando sin inmutarse_”Dime perro sarnoso, ¿trabajas para los ingleses, acaso para los franceses? ¿Quién paga tus lujoso trapos?” Y dejó sentir el filo de la hoja sobre la piel del otro. La ira del Capitán Berg era cierta, durante treinta años de navegación había conocido todo tipo de hombres y éste le recordaba a muchos que en sus inicios le despreciaron por su origen de campesino humilde que soñaba el mar. Y les odiaba, como si de un sentimiento de clase se tratara, no les soportaba. Sin embargo, buenas agallas debía tener aquel tal Kraus que ni transmitía temor o preocupación ante el arma que podía poner fin a sus días y aquello llamó la atención de Berg. Con un gesto de la mano, Kraus detuvo al lacayo que se acercaba con un garrote en la diestra. Miró a los ojos a Berg y preguntó_ “¿Podemos seguir hablando de negocios?”_ “Dime para quién trabajas”_reclamó Berg _”¿De veras desea saberlo, capitán?”_ “¡Habla, maldita sea!” Entonces, en vez de decir palabra alguna, Kraus tomó con fuerza inusitada la mano que empuñaba la daga y la dirigió hacia el centro de su propio pecho. Desconcertado, Berg inició un movimiento de retirada pero tal parecía que el brazo de Kraus se había vuelto de hierro _”¡¿Qué intenta hacer?!”_ gritó desesperado el marino al sentir como el metal que empuñaba se introducía lentamente en el pecho del desconocido hasta detenerse al inicio de la empuñadura. Pálido y desencajado, Berg dio un salto hacia atrás mientras veía correr hilos de sangre bajo la daga clavada en Kraus. El lacayo se acercó a Berg sin soltar el garrote y le dijo señalando a Kraus_”Capitán, debiera reconsiderar su oferta”
Kraus se incorporó con un leve rictus de dolor y fue sacando poco a poco el arma de su pecho y así, goteando en rojo, la devolvió elegantemente a su dueño.
_”¿Qué quiere que transporte hasta Paramaribo?”_Dijo consternado Berg.
Kraus se abotonó mejor la chaqueta, parecía que la hemorragia había cesado y su estado en general no difería mucho de aquel que presidió el acontecimiento con el arma.
_”No me interesa lo que usted lleve a Paramaribo, sino lo que usted embarque en Paramaribo”_Tosió un coagulo y continuó_” Se trata de cuatro hombres y un baúl. Ellos son portugueses y han prometido dar la vida por hacer llegar ése baúl a Europa. Usted es el mejor capitán de esa ruta y esto que acaba de presenciar, con su arma clavada en mi pecho, da la medida de la naturaleza de los hombres que usted y su barco traerá  a Ámsterdam. A cambio, recibirá una cantidad en metálico suficiente para comprar otro navío similar o mejor que el  “Spiekeroog”, ¿Lo toma o lo deja, Capitán Berg”
_”Acepto, señor Kraus”
_”Bien, muy bien Capitán, es un placer hacer negocios con usted”
Y se alejó en dirección al carruaje que partió a galope hacia los barrios del este de la ciudad dejando a Berg con preguntas sin respuestas y un misterio esperándole más allá de la curva del horizonte.
Por eso Vinicius, nada más poner un pié en el navío holandés, saludó al capitán de la siguiente manera.
_”Nuestro amigo Kraus dice que es usted el mejor y más hábil marino de los países bajos y que este barco es como una serpiente sobre las olas, ¿Nos vamos a Ámsterdam?”
_ “¿Cuántos sois?”
_”Somos cinco”_respondió Vinicius_ “Cuatro portugueses y un baúl”
El holandés le dio un tirón a la pipa semi apagada y dejó escapar una enigmática carcajada al recordar que
el mismo día que la nave dejó Holanda, su cuenta bancaria había engordado en unos cuantos miles de florines que le permitirían mirar con calma los planos de un nuevo barco de cinco mástiles que le convertiría en un próspero armador naval.
Mientras, al otro lado de la bahía, bajo el viento de un otoño que prometía frío, un “Sombra” llamado Kraus veía alejarse al “Spiekeroog” hacia América del sur con las velas desplegadas y dos ángeles de escolta que no se separarían del timonel por muy altas y agresivas que fueran las crestas de las olas de la próxima tormenta."
         
       

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